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09/05/2025

El otro cura Prévost

Fuente: telam

Mientras el mundo celebra la elección de Robert Prévost como nuevo papa, tres siglos antes hubo un sacerdote con su mismo nombre que tuvo una vida de película, entre el deseo, la literatura y la redención, aunque quizás poco ejemplar desde el punto de vista clerical

>La elección del cardenal Robert Francis Prévost como sucesor de Francisco ha sacudido el mundo católico y puesto en primer plano un apellido poco frecuente pero con resonancias culturales inesperadas. Mientras los medios globales detallan la biografía del nuevo pontífice —su formación en teología, su paso por Perú, su perfil austero y pastoral—, en otra dimensión de la historia resuena el eco de otro “cura Prévost”: Antoine-François Prévost d’Exiles, más conocido simplemente como el abate Prévost, monje, aventurero y, sobre todo, novelista.

Prévost fue uno de los nombres esenciales de la literatura francesa del siglo XVIII, aunque su vida fue todo menos ejemplar desde el punto de vista clerical. Nacido en 1697 en Hesdin, en el norte de Francia, fue ordenado monje benedictino, pero pronto su vocación se vio desbordada por un temperamento inquieto, pasional y profundamente literario. Su figura parece salida de una novela de su tiempo: huyó del monasterio, tuvo amores contrariados, deudas, viajes y persecuciones. Y escribió, escribió mucho, casi compulsivamente.

Su obra más famosa, Historia del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut, publicada inicialmente como parte de una serie más extensa (Mémoires et aventures d’un homme de qualité), es una de las novelas más perdurables del siglo XVIII. Narra la historia de amor trágico entre el joven caballero Des Grieux y la bella Manon, una muchacha tan encantadora como voluble. Juntos emprenden una vida errante, marcada por el deseo, la desesperación y los vaivenes sociales. Publicada en 1731, Manon Lescaut fue prohibida por escandalosa, pero su éxito fue inmediato. Fue leída, comentada, criticada y adorada, convirtiéndose en una obra de referencia, adaptada luego por Massenet en su famosa ópera de 1884 y también por Puccini.

La figura de Manon inauguró un tipo literario: la mujer libre pero fatal, deseante pero inconstante, víctima y victimaria. Prévost fue uno de los primeros en otorgar una psicología compleja a sus personajes femeninos, anticipándose al romanticismo. Pero más allá del estilo y del argumento, lo que le da a Manon Lescaut su vigencia es el tratamiento de los afectos: el deseo como forma de perdición, la pasión como única certeza, el amor enfrentado a las convenciones sociales y religiosas.

Paradójicamente, ese novelista de amores turbulentos era un hombre consagrado. Su título de “abate” no era solo un gesto nominal: Prévost fue ordenado sacerdote en la congregación benedictina de Saint-Maur, famosa por su erudición. Pero su vida religiosa fue breve y accidentada. Tras una serie de conflictos internos y externos —entre ellos una posible relación amorosa y problemas económicos— huyó del monasterio en 1728, atravesó los Países Bajos y llegó a Inglaterra. Allí vivió algunos años, trabajó como traductor y recopiló material para algunas de sus obras más curiosas, como Le Philosophe anglais, donde combinó filosofía, crítica social y espionaje político.

Murió en 1763, cerca de Chantilly, en circunstancias no del todo claras. Algunas versiones dicen que fue encontrado muerto en el bosque, víctima de un infarto; otras, que fue herido accidentalmente durante una autopsia no autorizada. Lo cierto es que su figura, durante muchos años, quedó relegada frente a nombres más canónicos como Voltaire, Rousseau o Diderot. Sin embargo, a lo largo del siglo XIX y especialmente en el XX, su novela volvió a ser leída, revalorizada y considerada una de las piedras angulares de la narrativa moderna.

Hoy, mientras el nombre Prévost resuena desde los balcones del Vaticano, la figura del abate literario ofrece un contrapunto fascinante. Dos eclesiásticos, dos siglos, dos formas de entender la fe y la vida. Robert Prévost, nuevo Papa, ha sido descrito como un hombre austero, profundamente pastoral, volcado a la renovación espiritual. Antoine-François Prévost fue un espíritu errante, más cercano al mundo de las pasiones humanas que al de las instituciones religiosas.

Pero ambos, de algún modo, trabajaron con la palabra. El Papa con la palabra pastoral, orientadora, doctrinal. El abate con la palabra narrativa, ambigua, abierta a la contradicción. Uno escribe encíclicas; el otro novelas. Uno se propone pastorear; el otro narrar la perdición. No es casual que Manon Lescaut siga leyéndose con emoción hoy: porque nos habla de una experiencia que atraviesa toda época, incluso la nuestra, incluso la de este nuevo pontífice.

Así, mientras Roma celebra a su nuevo Papa, los lectores celebramos la vigencia de una novela que sigue latiendo tres siglos después. El apellido Prévost, por una de esas ironías de la historia, vuelve a estar en boca de todos. Y quizás, entre oraciones, protocolos y titulares, haya lugar también para el recuerdo de aquel otro cura, tan distinto y tan humano, que supo contar el corazón de los hombres como pocos.

Fuente: telam

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