Domingo 23 de Noviembre de 2025

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23/11/2025

Relato, poder y olvido: la revancha socialista

Fuente: telam

Cuba sigue siendo, a pesar de su ruina, un núcleo simbólico y operativo del socialismo continental

>Durante décadas, a los exiliados cubanos nos llamaron paranoicos. Insistíamos, con razón, y cierta vehemencia, en que el socialismo no estaba muerto: mutaba. El supuesto “fin de la historia”, tras la caída del modelo soviético, no implicó su derrota cultural. Hoy, cuando en Estados Unidos asoman candidaturas que se declaran “socialistas” y su estética se normaliza en universidades y medios, aquellos “fantasmas del exilio” se parecen más a una alarma temprana que a una obsesión.

Esa narrativa prosperó porque Occidente nunca hizo con el comunismo, lo que sí hizo con el nazismo: un juicio moral y público, con memoria, condena y tabú. El vacío ético resultante permitió que el socialismo reapareciera con ropajes humanitarios, ambientales o identitarios.

Esa noción se naturalizó hasta volverse sentido común. La política adoptó una función pedagógica: una cruzada moral donde el Estado se erige en tutor colectivo y el individuo en sujeto redimible. De ahí emerge el nuevo socialismo, ese de lenguaje amable, tecnocrático y emocional, que viene avanzando en universidades, corporaciones y partidos bajo la bandera de la “inclusión” y la “justicia social”.

Porque Cuba sigue siendo, a pesar de su ruina, un núcleo simbólico y operativo del socialismo continental. El castrismo no solo se beneficia de transferencias materiales venezolanas; también ha incrustado cuadros de inteligencia en el aparato chavista, garantizando el control sobre sectores clave del Estado y de las fuerzas armadas. Desde esa estructura, La Habana ha proyectado su influencia, exportando métodos de represión, propaganda y adoctrinamiento a media región.

La hegemonía socialista, sin embargo, no se sostiene solo con subsidios: se edificó en el terreno de las ideas. Mientras liberales y conservadores gestionaban, la izquierda escribió los guiones, definió la estética y ocupó las cátedras. El resultado es una generación formada en pedagogías de sospecha, entrenada para ver en cada diferencia una opresión y en cada jerarquía una injusticia; una generación que confunde justicia con igualitarismo y derechos con dádivas.

Occidente debe reconocer que el socialismo, en cualquiera de sus disfraces, no es una utopía fallida, sino un sistema intrínsecamente opresivo. La respuesta, para ser efectiva, debe ser triple: cultural, educativa y legal.

Educativa, para reponer hechos, archivos y comparaciones honestas; enseñar la historia del totalitarismo y los fundamentos de la economía libre desde la escuela secundaria y la universidad.

Si algo enseña el siglo XX, y lo que va del XXI, es que el socialismo no muere: hiberna, cambia de nombre, colorea su bandera y regresa. Solo la memoria, el juicio moral y el coraje intelectual pueden cerrarle el paso. La hora de hacerlo es ahora: cuando Estados Unidos todavía puede decidir si sigue siendo el principal refugio de la libertad… o su próxima víctima.

Fuente: telam

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