La escultura está hecha en timbó, “a la que describe como una madera blanda”. Ya con la forma de la víbora bastante visible, comienza a tallar las escamas de la misma. “Contento de dejar un recuerdo acá”, dice, esbozando una sonrisa.

De mirada reflexiva y con la calma del ritmo natural propia de la cosmovisión qom, el escultor trabaja en madera. Comenzó, con la mano del artesano, haciendo mates, moldeando el palo santo. De pequeña escala, fue luego haciendo figuras de vírgenes por encargo, aumentando cada vez más el tamaño de sus esculturas. Así, llegó a ser autor de la grandilocuencia del Cristo Redentor que se encuentra al ingreso de su localidad. “Así me descubrieron”, comenta Aranda, por el Cristo de Miraflores. Con esto se refiere a que el ojo del arte local empezó a tenerlo en cuenta y tuvo invitaciones de varias instancias.

“Compartiendo y conociendo de otros artistas también voy aprendiendo, veo qué herramientas usan y qué hacen”, expresa. Cuenta que adquirió así sus primeras herramientas eléctricas, por la necesidad de ir aumentando el tamaño y perfeccionando sus técnicas. El escultor solo tiene una amoladora y una sierra pequeña que es con la que va culminado la pitón, erguida, quizás no desafiante, pero sí imponiendo la presencia propia que se le da al arte indígena en la Bienal.