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17 de agosto de 2024

“Imprenteros”, la película: cómo recuperar una herencia arrebatada

El film retoma la obra teatral que compuso Lorena Vega y en la que cuenta la historia familiar y cómo ella y sus hermanos fueron despojados. Pero agrega otra perspectiva y nuevos acontecimientos

>La gran pregunta es: ¿vale la pena ver la película de Imprenteros si ya vimos la obra de teatro? Y esa es LA pregunta porque Imprenteros, la obra de teatro, ya lleva más de 500 funcione desde su estreno en 2018 y pandemia mediante. Lo que nació como una obra chiquita, con mucho de biodrama, que se iba a representar cuatro veces, pegó, conmovió, funcionó, creció. La obra de los hijos del imprentero a los que sus medio hermanos les quitaron el taller y los dejaron afuera para siempre (por ahora) se volvió un secreto de muchos. Giró por el país. Se hizo libro. Y ahora, película.

Con anécdotas familiares, fotos de ese cumpleaños, descripciones risueñas y amorosas de la madre, la obra de teatro es una delicia que -ya lo dije- termina mostrando lo que el trabajo nos hace, cómo nos moldea, cómo construimos nuestras vidas a su alrededor. Y, también, habla de qué es un vínculo filial, qué se hereda -ese saber-, qué te pueden arrebatar y los sentimientos que eso produce. Por algo Sergio cuenta que muchas noches planeó agarrar la camioneta y tirar abajo la puerta del taller con candado y todo o comprar dos bidones de nafta, un par de fósforos y... Boom.

Así entramos por la puerta del amor a la historia de los Vega. Luego veremos a Sergio en un taller gráfico, manejando una máquina enorme, un realismo que el teatro por supuesto no tiene. No es el taller del padre, se aclara. Es otro más moderno, al que él entró a los 19, cansado de su padre pero con un oficio sorprendente para su edad.

Luego viene la pandemia, el encierro, la madre por teléfono, todo filmado porque el marido de Lorena es cineasta. Y la propuesta de Sergio: “hagamos un libro”. Es decir, los imprenteros llevando esa historia de vida al papel después de haber pasado por el teatro. Ese proyecto no puede ser sino muy cuidado, preciosamente trabajado.

Las cuestiones familiares se cruzan, como en la obra, con las técnicas. Federico, el que no quiere volver al taller, o le da lo mismo. Sergio, el que sueña que volvió y estaba más iluminado. Cómo organizar los recuerdos, los capítulos, las fotos que un amigo sacó con el padre vivo y consiguió rescatar de un viejo disco rígido.

Es una película de textura compleja, que cruza filmaciones de la obra con material “nuevo”, como las tomas de la casa en pandemia o del viaje a Córdoba a reunirse con la editora del libro. Sergio moviendo papel en las máquinas o haciendo un asado para después del trabajo editorial.

Pero, a la vez, toman distancia, simbolizan la pérdida y la exclusión. Al final, Sergio dirá: “Hermanita, gracias por enseñarme a tirar ese portón abajo de otra manera diferente a la mía”. Guarden los bidones de nafta, la bronca encontró otro camino.

Imprenteros, la película, es la historia de la búsqueda de los rastros familiares, de las fotos, de cómo contarlo todo para -digo- salvar algo del despojo. “Me hubiera gustado hacer funcionar un poco la imprenta de mi viejo”, dice Sergio. No pudo ser, por ahora, no pudo ser.

Como poniéndole un moño a este acto de reparación, es mamá quien pone plata para imprimir el libro, donando unas cadenitas de oro, otra herencia, en vida, que sirve para consolidar esa memoria.

El libro se presentó -eso también se ve- en la Federación Gráfica Bonaerense, donde Sergio muestra con orgullo su carnet de afiliación. Con papá o sin papá -con papá Y sin papá- los imprenteros han vuelto a imprimir. Acá está el libro y acá están las fotos que el amigo retocó para hacer que cada uno de ellos estuviera, por lo menos en la ficción, dentro de ese taller que ya es un mito privado.

Cuándo: Sábados de agosto a las 22 h.

Entrada: General, $3000. Estudiantes y jubilados, $1500



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