Por Roberto Di Sandro 
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Exactamente a las 10 de la mañana del 1º de julio de 1974 llegaba a la Casa de Gobierno la infausta noticia de la muerte de uno de los grandes líderes -quizás el máximo- que tuvo la Argentina: Juan Domingo Perón, tres veces presidente de la Nación.

Una larga enfermedad lo había limitado en su tercera gestión gubernamental, ya que estaba sometido a un fuerte tratamiento del cual no pudo salir por diferentes complicaciones. El anciano, creador de uno de los movimientos político sociales más importantes del mundo, había dado el último suspiro paralizando el país en forma inmediata.

En la Casa Rosada la novedad produjo un impacto emocional increíble: empleados y obreros, acompañados por sus jefes, se reunieron en los distintos cuadros administrativos para exteriorizar su gran tristeza.

A esa hora los distintos sectores de Presidencia tuvieron la noticia del fallecimiento del viejo líder, que en forma oficial se conoció poco antes de las 13.30, cuando desde Olivos la vicepresidenta de la Nación y esposa del mandatario, María Estela Martínez de Perón, dio la información a través de la Cadena Nacional de Radio y Televisión.

Las calles de Buenos Aires se silenciaron de inmediato y se pudo observar a la gente, agobiada por la noticia, que fue derivando rápidamente hacia la Plaza de Mayo y a diferentes lugares de nuestro dilatado territorio.

Este cronista, embargado por una gran emoción, permaneció en la Sala de Periodistas aguardando mayores detalles del fallecimiento de esa gran figura que durante años fue -y es todavía- uno de los políticos de mayor relevancia dentro del contexto cívico nacional.

De a poco, las noticias suministradas desde la residencia de Olivos dieron base para poder encarar el informe periodístico con mayores datos. Los médicos que atendieron al general Perón -Taiana, Cossio, otros expertos venidos del exterior y el propio René Favaloro, que fue consultadocoincidieron en que ese corazón ya estaba cansado de latir. Inclusive estuvieron tratando de reanimarlo, pero fue imposible. Perón había pasado a la inmortalidad.

Quien escribe esta nota integró una delegación de periodistas que acompañó a Isabel Perón a Ginebra para asistir un mes antes a la realización de la reunión de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Perón no fue, lógicamente, porque su enfermedad lo venía acosando.

Pero la vicepresidenta leyó una pieza impecable escrita por el líder sobre la política laboral en el mundo, que fue aplaudida de pie por más de 400 delegados. Después, la esposa del mandatario argentino, que luego de su muerte se convertiría en la primera mujer Presidente, se trasladó a Italia y más tarde a España.

En esas circunstancias, tenía previsto quedarse un tiempo más en una recorrida por Europa, pero fue llamada de urgencia días antes de finalizar el mes de junio para retornar a la Argentina porque el estado de salud de Perón era muy grave. Así lo hizo y el 1º de julio se produjo el deceso del general.

Todos los políticos llegaron hasta Olivos para darle sus condolencias. Después, el cuerpo fue trasladado al Congreso nacional, donde se llevó a cabo el velatorio que se prolongó casi una semana. Una multitud se convocó en las calles para darle el último adiós y una frase quedó registrada en la Casa Rosada ese día: “Hasta las paredes lloraron”. También en todo el país y con mayor intensidad en los lugares más humildes.