Lunes 1 de Diciembre de 2025

Hoy es Lunes 1 de Diciembre de 2025 y son las 03:08 - Radio argentina 89.3 Mhz Catamarca 436 Resistencia Chaco para comunicarte 362 4879579 Radio argentina 89.3 Mhz Catamarca 436 Resistencia Chaco para comunicarte 362 4879579

01/12/2025

Los sentimientos colectivos y representaciones sociales que permitieron el avance de la ultraderecha

Fuente: telam

“Argentina (Re)Sentida” aborda el fenómeno desde la filosofía, la sociología, la ciencia política, la historia y el psicoanálisis

>Una serie de ensayos reunidos en Argentina (Re)Sentida examina los sentimientos colectivos y las representaciones sociales que permitieron el rápido avance de la ultraderecha en la Argentina.

El análisis identifica cómo la frustración, el resentimiento, la indignación y el odio han crecido en un contexto donde el Estado de Bienestar se percibe como inalcanzable y la autorrealización resulta esquiva. En este escenario, las emociones negativas se intensifican y son aprovechadas políticamente, mientras el individualismo reemplaza al interés colectivo y el vínculo entre trabajo y futuro se debilita hasta romperse.

Infobe Cultura publica el prólogo de la obra escrito por Alarcón:

Durante un tiempo en que viví en un refugio de montaña, cada mañana despertaba cuando aún era de noche en el invierno austral y, parado frente a la ventana de mi cabaña de madera, solo veía niebla. Sabía que a un lado y al otro de esa nube echada en el paisaje había un bosque milenario. Sabía que bajo esa estepa de agua condensada solían pastar once vacas y que en el fondo del paisaje oculto se erguía la cordillera, como un límite y como una promesa. Pero la incertidumbre sobre lo que sería alumbrado por el rayo del sol igual persistía. El misterio de cada mañana me impulsaba a sentarme ante la máquina y escribir.

La luz del sol, si el sol se dignaba, lograba con cierta rapidez hacer desaparecer la neblina. Y a medida que la deshacía, se podía confirmar la existencia de un mundo allí atrás. El mismo mundo, aparentemente. Lo más interesante era ver qué atisbaba uno de ese mundo perdido tras la cortina de incertidumbre antes de que la niebla se desvaneciera por completo. Buscar con paciencia la forma, el sentido de la luz en el horizonte —la existencia imaginada del bosque, los animales, las montañas lejanas— me hacía sentir la certeza de que estaba allí.

Argentina (re)sentida no solo indaga en el hori­zonte de las afectividades y las subjetividades po­líticas en esta era de liderazgos ultra y explotación deliberada de las emociones, sino que también en­saya un gesto de relectura. Vuelve sobre lo vivido —el malestar, la rabia, la ilusión, la tristeza— no para clausurarlo, sino para re-sentirlo. Para per­mitir que ese sentir, cruzado por otros lenguajes y otros prismas de análisis, hable en un nuevo registro. Intenta atisbar un mundo que sabemos allí afuera, al que tenemos que mirar con pacien­cia persistente para lograr despejar, aunque sea un poco, la bruma de la época.

En esa operación se construyen regímenes emo­cionales: configuraciones históricas de lo que es esperable sentir, de cómo debe circular el afecto en una sociedad. Ahmed señala que las emociones no son privadas ni interiores: se pegan a los cuerpos, se contagian, organizan el mundo. Una política de la emoción no actúa solo sobre las conciencias, sino sobre las reacciones, los reflejos, las memorias corporales. Es por eso que lo que François Dubet llama pasiones tristes —resentimiento, hartazgo, desconfianza— no son simples síntomas del ma­lestar social, sino estructuras emocionales que el sistema necesita para funcionar. Emociones que nos sujetan, que nos atan a lo que detestamos, que nos vuelven cómplices de lo que nos daña.

Vivimos entre la exaltación del yo y su agota­miento. En un tiempo que aplaude la singularidad mientras impone métricas, que vende autonomía mientras nos obliga a volver algorítmica la emo­ción. Las subjetividades que habitan este presente no están simplemente agotadas: están atrapadas en una coreografía de rendimientos, precarieda­des maquilladas de libertad y pasiones que deben parecer gestionadas, jamás desbordadas. Nadie se muestra frágil. Nadie está fuera de control, excep­to que lo esté registrando para su transmisión en vivo. Nadie fracasa a menos que pueda convertir el fracaso en contenido exitoso. Las emociones se ordenan como una paleta de productividad: en­tusiasmo, resiliencia —otra palabra que llegó a su límite de sentido—, mindfulness. Hasta la tristeza se vuelve storytelling si es rentable.

Pero este régimen emocional no opera solo so­bre los cuerpos individuales. Como señala Moira Pérez en “Afectos punitivos”, hay una gramática afectiva que organiza la legitimidad de lo que se puede sentir. Una política del mérito que autoriza ciertos sentimientos a unos y los niega a otros. En esa distribución desigual, el afecto se vuelve también dispositivo de poder. Los que transgre­den no deben ser comprendidos. La empatía está vigilada.El castigo, legitimado. El que las hace las paga, y los que las pagan no tienen derecho a odiar (solo a ser odiados).La emocionalidad, administrada por un régimen moral que se dis­fraza de sentido común.

En el texto que cierra esta compilación, Micaela Cuesta completa la disección de la subjetividad de estos tiempos con un bisturí afilado por Max Weber: este nuevo espíritu del capitalismo digital recicla el moralismo protestante, ya no con la figu­ra de Dios, sino con la de la autodeterminación. Si no prosperás, es porque no elegiste bien .Si sufrís, es porque no supiste gestionar tu tiempo.

Javier Milei no gobierna con verdades: gobierna con ficciones. Lo que sus seguidores abrazan no es solo un programa: es un régimen afectivo. Sebastián Carassai lo señala con precisión en “La lengua li­bertaria, eco de una nueva sensibilidad política”: el mileísmo es el punto de encuentro entre dos senti­mientos opuestos —nada puede cambiar, nada pue­de seguir igual— y esa tensión genera una “solución de compromiso enloquecedora”. La ultraderecha ha logrado apropiarse de ese desgarramiento afectivo, construyendo una promesa emocional allí donde otros solo ofrecían datos, razones, estadísticas o tec­nocracia; o lo que es peor: una narrativa, como si la sola existencia de relato garantizara la transforma­ción antes que consolidarla y volverla conservado­ra. Milei no gobierna desde la razón ilustrada, sino desde una sensibilidad contradictoria que, aunque a veces resulte inaceptable según las coordenadas de “nuestro mundo”, es necesario comprender en su fuerza esencial: la de una ilusión que adquiere una materialidad política imposible de ridiculizar sin consecuencias. Aquí, una de las trampas: si el progresismo desprecia la ilusión de los otros, si se regodea en desenmascarar el hechizo ajeno sin aten­der al propio desencanto, pierde. No alcanza con refutar .No basta con denunciar el error o el engaño .Hay que imaginar una nueva ilusión colectiva. Pero también eso se ha vuelto problemático. ¿Puede la imaginación transformarse en un imperativo políti­co? ¿Podemos exigirnos imaginar cuando el presen­te nos agota, nos seca, nos vuelve irónicos, cínicos, expertos en sobrevivir sin esperanza? ¿Puede ser la imaginación un deber? ¿No traiciona el imperativo la propia lógica de su posible existencia quitándole todo misterio al acto de crear?

Entonces, ya no se trata solo de tener razón. Se trata de conmover, de producir un temblor, de invi­tar a una escena sensible del futuro. Se trata, quizás, de producir eso que es difícil de definir pero existe: el tremor interno e involuntario en un lugar escon­dido del cuerpo. El progresismo que no erotiza el mañana está condenado a quedarse en la queja.

Antes de que el presente se volviera domestica­ción del futuro, hubo un momento de oscuridad en el que aprender a ver fue también aprender a esperar. Rossana Reguillo lo recuerda y propone aprender a “atravesar la noche a la luz de una luciérnaga”. In­sistir con la propia presencia cuando la niebla es es­pesa, persistir como cuerpo visible cuando el sistema produce distracción, cinismo o desvío. Esa imagen —aunque algunos puedan leerla como optimismo desembozado— guarda aún hoy una potencia: ilu­minar no como acto espectacular, sino como forma de interrumpir la normalidad opaca. Una conver­sación que enciende .Una mirada que corta el flujo. Un gesto menor que rompe la administración de los afectos. Quizás haya algo en esa insistencia corporal, en ese estar aunque no se vea, que explique también la vibración secreta de este libro.

Una afectividad crítica, como la que propone­mos aquí debe ser capaz de abrir grietas, de en­sayar otros modos de estar afectados. Argentina (re)sentida trabaja como una suerte de pedagogía sensible: no pretende enseñar desde la certeza, sino desde el temblor compartido. Una invitación a re-sentir sin repetir. A volver a mirar con otros ojos, a desobedecer la gramática emocional here­dada sin negar lo vivido. Se trata, en ese sentido, de ensayar otros modos de estar afectados. No para abolir la tristeza o el dolor, sino para alojarlos sin repetir la captura. Para habitar lo que vibra antes de volverse mandato. Ese intersticio, ese antes mi­cro celular, existe.

Los objetivos de vida —tener una casa, irse de vacaciones, no morir de hambre— no han desa­parecido. Pero los caminos que se prometen para alcanzarlos se han vuelto tan delirantes como crueles. Lo que este libro propone es desmontar la trampa: analizar el presente con sus contradic­ciones, con sus zonas grises, con el deseo todavía latente de vivir sin que el algoritmo dicte el ritmo ni la moral nos imponga la culpa. De los diagnós­ticos implacables a lo posible más allá del fracaso, sería su point.

El neoliberalismo sacrificial organiza las emo­ciones de un modo que justifica la desigualdad o impone un cinismo resignado. También administra el tiempo. Borra el futuro como horizonte com­partido y lo reemplaza por ciclos de ansiedad, de rendimiento, de urgencia sin relato. Pero mientras haya experiencias de felicidad —aunque no duren, aunque no rindan, aunque no se vendan— habrá pulsión utópica. No se trata de prometer un ma­ñana, sino de sentir que aún podría haber uno. Esa sospecha, esa fragilidad deseante, esa mínima experiencia de plenitud no administrada, puede ser el inicio de otra temporalidad. No una épica, sino una grieta. No un sistema, sino un instante. Y a veces, con eso alcanza.

La niebla no niega la existencia de un mundo. Solo la posterga. Exige tiempo. Exige compañía .Exige una mirada capaz de sostener la espera sin cinismo, sin anestesia. Este libro no despeja el ho­rizonte, pero señala que debe haber alguno. Lo apunta con palabras, con preguntas. Lo ilumina a la manera de las luciérnagas: por instantes, con delicadeza, sin espectáculo. Y en esa intermitencia quizá se aloje la promesa de lo que aún no sabemos decir, pero ya empezamos a sentir juntos. Eso hace Argentina (re)sentida: no despeja la niebla, pero la habita .La re-significa. La atraviesa con ideas que vibran en medio de la opacidad. No para disiparla del todo, sino para encontrar ahí —en su espesu­ra— una forma posible de futuro junto a otros.

Fuente: telam

Compartir