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15 de mayo de 2025

“El Eternauta” y Manal, una sintonía porteña que atraviesa el tiempo

Claudio Gabis, el guitarrista de la banda cuya música ambienta momentos claves de la serie, reflexiona sobre la concordancia estética entre sus canciones y la historia de Oesterheld: “son productos artísticos atemporales y trascendentes”, afirma

>Claudio Gabis saluda desde su casa en Madrid -donde vive hace más de 35 años- y a través de la videollamada se advierte detrás suyo el desordenado taller creativo de un músico: hay instrumentos, discos apilados, libros y herramientas. El histórico guitarrista de Manal y uno de los padres fundadores del rock argentino sonríe mientras reflexiona sobre el fenómeno global de El Eternauta y cómo las canciones de Manal tienen relevante protagonismo. “La serie reúne elementos que son muy importantes para mí: la ciencia ficción de la que soy fan... El Eternauta-la historieta que la leí de muy joven y Ricardo Darín que es uno de mis actores favoritos. Manal, La Pesada del rock and roll y el resto de las canciones que aparecen en la serie son parte de una música que nos representa muy directamente”, le dice a Infobae Cultura. Y agrega que en su próxima visita a Buenos Aires, en julio, espera reencontrarse con Bruno Stagnaro y conocer a Ricardo Darín. Dicho está.

En la acertada combinación entre El Eternauta y Manal se cimenta buena parte del espíritu explícitamente porteño que tiene la serie argentina que hoy es fenómeno global de espectadores. Manal fue, es, una de las grandes bandas de rock en idioma español del mundo (reducirlos a un alcance argentino sería injusto). Sus canciones, sobre todo las de aquel inolvidable primer disco al que se puede volver una y otra vez, aún en pleno siglo XXI y a casi 55 años de su edición (mayo de 1970), resumen el espíritu de una época y un lugar, cuando Buenos Aires era una ciudad en plena efervescencia cultural que combinaba -aún en tiempos de las dictaduras de Onganía, Levingston y Lanusse- la locura creativa del Instituto Di Tella y la manzana loca de la calle Florida, las tertulias literarias del Café La Paz y las librerías de Corrientes y los ejercicios del primer rock argentino en La Cueva o la pizzería Perla de Once (Rivadavia y Pueyrredón).

En ese contexto, el trío formado por Javier Martínez, Alejandro Medina y Claudio Gabis se nutría de raíces jazzeras de ritmo e improvisación para tocar su versión del Blues y Rhythm and Blues tradicional y de ahí es que resultaron canciones con letras tangueras y bien porteñas que pasaron a la historia y hoy, Eternauta mediante, son de alcance global. Eso son “No pibe”, “Jugo de tomate frío” y “Porque hoy nací”, pero también “Avellaneda blues”, “Avenida Rivadavia” y sigue la lista. Justicia poética.

—Por lo porteño sobre todo... Existe un tipo de producto artístico en Buenos Aires que es atemporal y refleja la idiosincrasia de sus habitantes y la fuerte impronta de su geografía. Estamos hablando, por ejemplo, del Obelisco, La Boca, el estadio de River Plate o la Bombonera, el Riachuelo, Villa Crespo. Todos estos barrios tienen una personalidad marcada, que ha trascendido décadas e incluso siglos. La conexión entre la historieta de Oesterheld y la música de Manal no era inevitable creo, pero sí previsible, dada esta rica confluencia cultural

Las letras de Manal se apoyaban en tres pilares líricos fundamentales. La lírica personal exploraba el yo y los problemas individuales, influenciada por el existencialismo de Jean-Paul Sartre, los beatniks y el incipiente hippismo. Javier Martínez, con su introspectiva personal, representaba esta corriente en temas como “Si no hablo de mí” y otros temas propios de un individuo que habla de sí mismo. La segunda vertiente, el paisajismo porteño, está ejemplificada por temas como “Avellaneda Blues”, una representación casi pictórica de ese lugar que a Javier y a mí nos conmovía, y “Avenida Rivadavia”, ambos conectados también a experiencias personales.

-Fue época única de Buenos Aires ¿Cómo era todo aquello?

—Fue un periodo en el que se entrelazaron diversas influencias, se gestó un movimiento intelectual y estético excepcionalmente poderoso y conectado. Este fenómeno no solo abarcó el ámbito artístico, sino también el político y social. Había una estrecha relación entre pintores, escritores, escultores, arquitectos, psicólogos y psiquiatras... Las reuniones eran habituales y congregaban a una docena de personas, todas provenientes de distintos campos, pero que se conocían o habían oído hablar entre sí.

A partir de esa interpretación de Darín de “No pibe” me puse a escuchar el disco otra vez... Y pensé: “¿No estaba tan mal, eh?” Fue una época de vibrante literatura argentina, con figuras como Jorge Álvarez y su librería, que posteriormente originaron el sello Mandioca. En el Nacional Buenos Aires, mi colegio, se dio un movimiento intelectual clave para el surgimiento del rock argentino, equiparable a lo ocurrido en “La Cueva”. Mientras este lugar representaba un refugio bohemio y contracultural, el colegio creo que proporcionó la base intelectual del rock como una cuna de jóvenes brillantes.

Encontrábamos en las mesas de debate a personas de diferentes generaciones - desde jóvenes de 18 años como yo, hasta figuras consagradas como David Viñas. Juntos discutíamos y compartíamos recomendaciones literarias, lo que nos llevaba a las librerías, siempre disponibles, para adquirir desde obras esotéricas hasta literatura Beatnik y poesía de autores como Allen Ginsberg y Henry Miller. Este intercambio generacional fue crucial y contrastó notoriamente con la distancia habitual entre jóvenes y mayores.

—Lo notable era que ustedes hacían esas canciones porteñas, casi tangos, al ritmo del blues y el R&B que venían del Norte, bien lejos...

En Argentina, no contábamos con los instrumentos ni la tecnología del hemisferio norte. Hablábamos otro idioma y teníamos un mensaje diferente que transmitir. En la música de blues hecha aquí, desde Manal hasta Pappo o Memphis, se pueden ver influencias de nuestras raíces, con letras que no siguen necesariamente la estructura poética tradicional del blues. Más bien tomamos elementos propios, posiblemente del tango, reflejando nuestra forma de ser y vivir en esta ciudad. Es así como nació el rock argentino: más que un invento, fue el resultado de nuestras virtudes y limitaciones.

Al intentar tocar como Eric Clapton o Muddy Waters, me di cuenta de que no podía replicar eso fielmente: no tenía idea de lo que era el Mississippi, no había nacido en Nueva York, San Francisco o Londres. Nuestra singularidad nos llevó a crear algo auténtico y esa es nuestra suerte. En esto se refleja incluso el éxito de la ciencia ficción de El Eternauta: su originalidad. Es como leer a Borges o Cortázar, una experiencia única.

[Fotos: prensa Netflix; archivo Infobae]



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